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El problema de Raphael y el Wizink Center no fue de seguridad, fue de imagen y empatía

El problema de Raphael y el Wizink Center no fue de seguridad, fue de imagen y empatía

Raphael ha cerrado 2020 con un par de shows en el madrileño Wizink Center, que tiene capacidad para 15.000 personas, pero ha sido reducida a 5.000 asistentes. Aún así, los vídeos del espectáculo han levantado ampollas en redes sociales, con la mayor parte de los usuarios considerando que era un aforo excesivo para un espacio cerrado, viendo las medidas que se aplican por normativa general en el país. Y claro, se ha liado bastante gorda, con mucha gente pidiendo explicaciones al artista, organizadores, reciento, a la Comunidad de Madrid y al Ayuntamiento.

Y es normal que se liara. Ahora bien, hay que saber diferenciar por qué se ha liado: no ha sido por un asunto de seguridad sanitaria, sino por un asunto de solidaridad y empatía ciudadana. Porque en el Wizink Center se han cumplido con todas las normativas: existía suficiente distancia de seguridad, el uso de la mascarilla era obligatorio, el aforo estaba reducido a un tercio y una instalación de renovación del aire permitía que este fuera renovado cada 12 segundos. Es decir, que seguridad, había. Pero fallaba el resto.

Estamos a finales de diciembre en un año en el que hemos vivido confinados, en el que muchos negocios han tenido que cerrar las persianas porque no han podido salir adelante, en un mes en el que parece que la Navidad en familia se le complica a muchos y tras la que, además, se prevén medidas bastante más potentes como las que están tomando muchos países europeos.

Si cercamos el asunto al tema de la cultura, muchos artistas que podrían llenar el Wizink están actuando en lugares al aire libre o en espacios con mucho menor aforo, mientras que los cines y los propios teatros también sufren lo suyo con películas y obras que apenas dan para cubrir gastos. Y ahí sí que tenemos un problema: es espectáculo de Raphael de ayer era una patada en la cara del resto del sector cultural.

Faltó saber estar, faltó solidaridad con los compañeros que durante un año han estado retrasando conciertos y acomodándolos a espacios más pequeños. El público no entiende por qué él sí y el resto no. Ni entiende por qué no puede reunirse con sus seres queridos, pero ahí puede haber 5.000 personas. Aunque sepan dónde se cumplen las normativas y las medidas de sanidad y dónde no.

Los conciertos de Raphael han sido como ese profesor de Universidad que sabe mucho pero se explica como el culo. En este caso, el aspecto teórico estaba, pero en el práctico hubo muchos más factores a considerar. No sólo el de la mascarilla y la distancia.

El show de Raphael tuvo mucho escándalo pero muy poca empatía.

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