Crítica

‘Nacidos Para Creer’ | El entusiasmo de Amaia Montero toma el control de un puñado de buenas canciones

‘Nacidos Para Creer’ | El entusiasmo de Amaia Montero toma el control de un puñado de buenas canciones

Qué complicada la situación de Amaia Montero: cuatro años de espera entre álbumes tras un tercer álbum que la empezaba a posicionar más como estrella de la nostalgia patria que como superestrella de la misma, terminaron con la publicación de un nuevo disco que veía sus posibilidades diezmadas por un primer directo espantoso, que acaparaba, sin remedio, todos los titulares.

Montero ganaba así minutos de exposición mediática para anunciar y promocionar su trabajo, pero lo hacía bajo la sombra de una duda que ha terminado afectando a su acogida. ¿Está Amaia Montero en un buen momento artístico o percibe el público que su carrera está a la baja? 

Desde luego, si de ‘Nacidos Para Creer’ depende esa respuesta, nosotros los tenemos claro: Amaia Montero se ha estabilizado en una zona media de la tabla que le permite contentar a su público, pero le impide ganar a uno nuevo que, a la larga, puede terminar haciéndole falta. Su cuarto álbum la consolida como letrista y compositora, pero ojo, la deja, en muchos cortes, muy cerca de lo que el público ajeno a su carrera consideraría una auto-parodia.

Antes de seguir ahondando en el tema, parémonos a descubrir nuestro tres cortes preferidos del disco:

 

Mi Buenos Aires

A nivel producción, ‘Nacidos Para Creer’ deja buen sabor de boca, pero con los pies bastante metidos en el tiesto. Es decir, muestra a una Amaia Montero tan Amaia Montero que rara vez se permite algún exceso fuera de lo estrictamente vocal. Uno de los momentos en los que sí investiga fuera de la zona de confort es en este número algo Tiziano Ferro de la primera etapa, con su voz distorsionada en un principio casi trip-hop, entre lo rapeado y lo cantado.

La rítmica de sus versos podría recordar a la de ‘Dulce Locura’, si la lleváramos al día de hoy, y culminan en un estribillo de corte urban en el que Amaia Montero se pone pasional al nivel de ‘Aprendiz’ de Malú: «tú me enseñaste que separarse es repartirse un arsenal, que no es tan grave perderlo todo cuando hay tanto por ganar«.

 

Revolución

Además de en Benjamín Prado, escritor y poeta que también ha trabajado con Sabina o Coque Malla, Amaia Montero busca acompañamiento a las letras en su hermana, Idoia Montero, un detalle que distancia este trabajo de su anterior, en el que toda la composición recayó en sus manos.

Idoia, además de la encargada de la muy discutida estética de su discografía, es segunda mano en ‘Revolución’, una suerte de vals con estribillo melódico que estira la sensación retro de todo el tema y le aporta el gancho romántico suficiente. «Entonces tú rompes la calma, me haces volar, abres mis alas», canta Montero en una canción altamente radio friendly que podría hacer algún favor al disco en plena campaña navideña.

 

La Enredadera

El otro momento clave del cuarto trabajo de la donostiarra llega a su cierre y de la forma más imprevista: cuando ‘Nacidos Para Creer’ parecía sentenciado, Montero deja que sus melodías más clásicas se entremezclen con una producción en clave de rumba que va increscendo hasta transformar la canción en su propio ’19 Días y 500 Noches’. «Pasiones sin documentos, aviones sin aeropuertos, despedidas sin adios» dice el estribillo de ‘La Enredadera’, mientras Montero le canta a una relación complicada: «yo quiero ser lo primero y no lo que viene después».

La canción de final del trabajo tiene una estructura sencilla, un coro flamenco acompañándola y de nuevo, un estribillo que sirve de llave a la memorización del tema: Montero demuestra una maestría con los hooks que nadie debería olvidar. Es tremendamente complicado conseguirlo prácticamente canción a canción. Curioso que su carrera en solitario comenzara con ‘Quiero Ser’, una canción que hacía uso de la misma estrategia de forma mucho más comedida. Hay, por tanto, algo de libertad en el paso de los años de Amaia.

 

Libertad hay, como decimos, en parte por ese paulatino progreso de sus herramientas musicales de toda la vida, y en parte porque es indiscutible que Amaia Montero está más que cómoda en este trabajo. Ha dejado que todo quede en familia, la produce Martin Terefe, conocido de la artista a largo plazo, y las letras, como ella indica entrevista a entrevista, son prácticamente un striptease emocional de la Montero a través de 10 canciones. 10 canciones bastante bien resueltas, dicho sea de paso.

Del pop-rock de cortes como ‘Ave Fénix’ o ‘La Boca Del Lobo’, a los sonidos más sutiles y algo Mecano de ‘Vistas Al Mar’, pasando por el gancho inequívoco de su primer single, la canción happy-go-lucky ‘Nacidos Para Creer’, que presenta a Amaia despreocupada ante las opiniones externas.

Y en el fondo, el tropiezo del disco en sí también parte de ese single, ‘Nacidos Para Creer’, y de los excesos que en él se presentan, y que pueden servir de resumen de lo que le ocurre al disco al completo: Amaia está tan absorta en sí misma y los suyos, que no se ha preocupado lo más mínimo de la percepción del público ajeno a sus fans.

Y es que no hay persona alejada de su carrera que no discuta su dicción en la mitad del trabajo, que no opine que está cantado con bastante poco gusto en algunas de las partes (la espantosa segunda mitad de ‘Por Ti’, por ejemplo, en la que Amaia confunde energía con descontrol) y que no sienta que Montero ha perdido un poco el norte.

Lo triste, es que deje esa sensación un trabajo tan personal, tan Amaia Montero, que lo que podía haber logrado era perfilar por completo su personalidad musical. Y de ahí, poder invitarla a jugar con diferentes estilos y arreglos.

Dice Montero en la canción que presenta el disco que «los suyos van a estar a su lado igual si le dan un tres que si esconde un as». Razón no le falta, porque tiene un fanbase entregado y capaz de seguir llevándola al #1, pero no estaría de más que, en algún momento, parte de ese grupo de fans «bajara los brazos» y le pidiera a Amaia Montero que explotara su potencial en condiciones. Sin dejar que su entusiasmo tome del todo el control.

 

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